Sin Vista, Sin Límites: Transformando Discapacidad en Oportunidad
No hay peor cárcel que la que construimos para nosotros mismos con nuestros miedos y prejuicios. Esta es, posiblemente, la principal lección que me ha enseñado la vida tras convivir 33 años con mi discapacidad visual severa.Vine al mundo en 1982 con una enfermedad degenerativa llamada retinosis pigmentaria pero, como todos los niños, por aquel entonces ignoraba por completo que eso pudiera suponer algún tipo de problema o limitación para disfrutar de esta vida como uno más.
De hecho, mi madre tardó 3 años en tener un diagnóstico que explicara mi extraña fascinación por quedarme mirando a las bombillas y por darme porrazos contra los muebles de la casa. Como para cualquier padre o madre no era una noticia fácil de asimilar pero tardó muy poco en olvidarse de lamentaciones y empezar a luchar porque su hijo tuviera las mismas oportunidades que el resto de niños y niñas.
Siempre confío en mí, siempre luchó por superar las barreras y prejuicios que desde bien pequeñito trataban de imponerme desde el exterior.
Por aquel entonces yo todavía no era consciente de los primeros “no va a poder”, “no estamos preparados en este colegio para cargar con esos problemas”, “¿Y si retrasa el avance de los otros alumnos?”…¡cuánta insensatez! Menos mal que ni ella ni yo, cuando fui más mayor y empecé a escuchar cosas similares o peores, creímos jamás en esas profecías demoledoras.
Sin ninguna duda el primer gran agradecimiento que quiero expresar en este artículo es para ella, para quien decidió apostar por mis capacidades y potencialidades y no por mis supuestas limitaciones. Las primeras semillas de confianza acabaron por dar sus frutos en forma de actitud superadora…pero Roma no se hizo en un día.
Creer en ti cuando los demás no creen
Las cosas no son fáciles para nadie pero, sinceramente, es innegable que es todavía más complicado afrontar el día a día cuando ni el mundo ni las personas están preparados ni pensados para acoger diferentes necesidades como pueden ser las mías.Para empezar te invito a que te pongas unos instantes en mi piel. Consecuencia de la falta de conos y bastones en las retinas de mis ojos, experimento una deficiencia visual severa que algún día podría acabar en ceguera total. No veo nada o casi nada de noche o en entornos poco iluminados. Al mismo tiempo tengo “visión de túnel” (mira a través de un pequeño tubito y tendrás una sensación similar) y también tengo poca agudeza visual (suelo ver borroso, especialmente lo que está a más de dos metros de mí).
Aún a plena luz del día no puedo leer en tinta (apenas unas pocas letras a gran tamaño) y para poder utilizar el ordenador o mi Smartphone necesito programas de lectura de pantalla que se encargan de interpretar y verbalizar en voz alta los textos que otra persona puede visualizar.
Para recorrer las calles y desplazarme por la ciudad utilizo un bastón y mucha paciencia para sortear farolas, carteles, andamios y peatones despistados de todo tipo.
Desafortunadamente ni los entornos urbanos ni los digitales (páginas web, software, aplicaciones móviles, etc.) acostumbran a estar diseñados con criterios de accesibilidad y facilidad de uso para personas con discapacidad visual. Ante ese reto sólo queda la perseverancia y el ingenio para encontrar soluciones…o rendirse y renunciar a determinadas tareas o actividades.
“Rendirse”…que extraña se me hace esa palabra hoy por hoy. Comprendo la frustración, el cansancio, la reclamación de mejoras, la valentía de pedir ayuda cuando se necesita…pero, ¿dejar de intentar algo que realmente anhelas? Decidí hace años negarme a ello pues entiendo que la vida debe ser una aspiración constante a no renunciar a nada de antemano.
Es cierto que las barreras técnicas que comentaba dificultan muchas tareas y profesiones pero, en mi opinión, se quedan muy pequeñas frente a la enormidad de las barreras psicológicas.
Lástima, dificultad, minusvalía, limitación, dependencia, problemas, discapacidad…todas son etiquetas que en ocasiones parecen tapar a la persona que hay detrás, con todas sus CAPACIDADES, ilusiones, talentos y potencial.
Esas losas en forma de prejuicio empiezan a llegar a ti cuando todavía miras a la vida con los ojos bien abiertos del niño curioso y soñador. Profesores que no confían en que puedas aprobar su asignatura o que incluso consideran que serías una molestia para el buen funcionamiento del aula…Profesionales de Recursos Humanos que cambian el gesto de entusiasmo al leer tu currículum por el de escepticismo y decepción al ver tu bastón asomarse por la puerta de su despacho…
Cuando la gente no cree en ti es bastante sencillo acabar cuestionándote tú mismo si eres realmente valioso. Todo parece apuntar a tus ojos y lo que en ellos falla. Es como si una linterna se dedicara a iluminar lo que NO tienes, lo que NO puedes hacer, lo que te limita.
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